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Obedeciendo la Voz de Dios

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Cuando visitamos a uno de nuestros hijos nos dimos cuenta que para encender y apagar las luces de su casa llamaban a una tal “Alexa” para ejecutar la acción. Personalmente no tenía ni la mínima idea de que ya estaba en el mercado cibernético ese tipo de aparato capaz de hacer varias funciones con tan solo pronunciar su nombre.

Si bien es cierto que a mi edad todos estos adelantos no me sorprenden, pero sí me admiran, debo reconocer que sigo sintiendo cierto beneficio en caminar hasta el interruptor de la luz para encenderlo y apagarlo como parte de mi rutina antes de dormir. Pero también debo reconocer que a raíz de ese descubrimiento hecho en la casa de nuestro hijo, ahora en nuestra casa tenemos la presencia de “Alexas” en los cuartos, sala, comedor y cocina. Con tan solo pronunciar su nombre y pedirle que “toque música”, “diga la hora y las noticias”, “nos despierte en la mañana” etc. muchas de nuestras rutinas han cambiado.

Llevando esto a un plano diferente encuentro que como cristianos debiéramos estar atentos a los mandatos de Dios expresados en su Palabra. Si bien es cierto que estos aparatos electrónicos necesitan ser programados para que puedan reconocer la voz y de esa forma realizar lo que se les ordena, nosotros también necesitamos estar programados para escuchar y obedecer la voz de Dios. ¿Te has dado cuenta las veces en las que Dios te habla y a diferencia de “Alexa” sigues con tu programa personal y no le haces caso? Quizás el problema radica en que al igual que las Alexas de mi casa no siempre reconocen mi voz, y en lugar de hacer lo que les pido interpretan mis palabras equivocadamente. ¿Será que nosotros no sabemos interpretar y distinguir  los mandatos de Dios correctamente? Pero hay algo más que he aprendido en lo que respecta a mi relación con estos aparatos; aveces le pido que hagan una cosa y me sugieren otra.

Todavía no puedo explicarme por qué le pusieron un nombre de mujer a esos dispositivos, sin embargo creo que de todas formas esto ha servido para motivarme a estar más atenta para escuchar la voz de Dios y obedecer sin excusas, sin interpretaciones equivocadas y sin querer imponer mis propios planes y criterios.