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El Niño Que Compartió Lo Que Tenía – Sermón

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1. Lectura Bíblica: Juan 6:1-14
2. Oración

Introducción:

Hace muchos años en Inglaterra ocurrió un incidente que interrumpió la circulación de vehículos sobre un puente en Londres y todo  fue ocasionado por un caballo. No sabemos el nombre del caballo pero lo llamaremos Azabache. Una mañana Azabache se mostró muy terco con su amo quien lo llevaba halando una carreta que llevaba un cargamento hasta el puerto. Cuando llegaron frente a la famosa torre donde está el gran reloj que marca la hora en la ciudad de Londres, Azabache se detuvo y no quiso dar un paso más. En esa zona está absolutamente prohibido detener vehículos de manera que el dueño de Azabache bajó del carro para tratar de mover el caballo y así continuar su viaje. Lo acarició, le habló con cariño, lo amenazó,  pero todo fue en vano. El caballo parecía ajeno a todos los inconvenientes que estaba ocasionando.

Mientras todo esto sucedía ya un autobús se había detenido detrás del carro y dos o tres vehículos más estaban esperando. No había pasado mucho tiempo cuando un policía llegó y le ordenó al dueño del caballo que se fuera de allí con su animal y su carga porque estaba interrumpiendo el tránsito. El hombre le contestó que obedecería con mucho placer si tan sólo él pudiera  lograr que su caballo se moviera. El policía  intentó hacer que el animal se moviera pero sus esfuerzos fueron en vano porque el caballo no consintió en dar un solo paso.

Ya el tránsito se había paralizado por completo de manera que los autobuses, camiones, autos y motocicletas no podían adelantar y los conductores sacaban la cabeza para ver qué era lo que sucedía. Para completar, en el río debajo del puente había un remolcador que pedía paso y había necesidad de remover el puente para que éste pudiera pasar. Y allí seguía Azabache; como si nada estuviera sucediendo. En ese momento, un muchacho se acercaba al puente comiéndose una manzana. Al ver la interminable hilera de vehículos detenidos, pensó que se había producido un accidente y se apresuró a llegar al lugar donde estaba el caballo atrayendo la atención de toda  la muchedumbre. Roberto, que así se llamaba el muchachito, se deslizó por entre las personas mayores y llegó a primera fila, comiendo siempre su preciosa manzana. De repente, al ver al jovencito, el conductor del carruaje tuvo una brillante idea.  – Dame un pedazo de tu manzana – le dijo.

Roberto se quedó sorprendido. No estaba muy dispuesto a privarse de su fruta, pero al ver la congoja en el rostro del conductor, le dio lo que le quedaba de la manzana. El efecto fue mágico. Mientras el conductor le mostraba la manzana a Azabache, manteniéndola a cierta distancia de su nariz, el caballo estiró el pescuezo para apoderarse de ella. Movió una pata hacia adelante, luego otra y antes de darse cuenta de lo que hacía, había salido del puente y se hallaba de nuevo en camino al puerto. Entonces los autobuses, camiones y motocicletas, así como el remolcador, pudieron continuar su viaje gracias al muchacho que dio la su manzana. ¡Qué magnifica acción hizo el muchacho esa mañana! Es cierto que tenía poco que dar, pero lo que poseía lo dio y lo hizo en el momento en que más se necesitaba.

I. Un niño que compartió

En el evangelio de  Juan en el capítulo 6 y los versículos del 1 al 14 encontramos un relato que tiene algunas similitudes con la historia que les acabo de relatar.  El Señor Jesús se había  ido con sus discípulos a un lugar apartado con la idea de descansar, cuando de pronto notó que personas de diferentes lugares comenzaron a llegar hasta el lugar donde  ellos se encontraban. Desde la  colina podía observar los que llegaban de un lado y otro para escucharle y para recibir un poco del consuelo, la sanidad y la paz que se experimentaba en su presencia. Comenzó a hablarles de las verdades del reino de los cielos, y era tal la dulzura de sus palabras que las personas estaban tan atentas que no se percataron de que las horas iban avanzando y no habían comido durante todo el día.

Jesús estaba consciente de la necesidad de alimento que todos tenían,  pero quiso probar la fe de sus discípulos. Mirando la multitud que le rodeaban llamó a uno de sus discípulos y le hizo una pregunta que encontramos en el versículo 5. “Cuando alzó Jesús los ojos, y vio que había venido a él gran multitud, dijo a Felipe: ¿De dónde compraremos pan para que coman estos?  Podría pensarse que esa pregunta era imposible de contestar porque el número de personas al cual Jesús estaba haciendo referencia era de aproximadamente 5,000 personas; esto es sin que se contaran las mujeres y los niños.

Si usted hubiera sido Felipe, ¿cómo le habría contestado al Maestro? Sí, es posible que hubiera dicho lo mismo que Felipe en el versículo 7. “Felipe le respondió: Doscientos denarios de pan no bastarían para que cada uno de ellos tomase un poco”. Parece que cuando  los seres humanos se enfrentan a una tarea de ciertas proporciones sienten temor e incapacidad para actuar..  Felipe argumentó que ni el sueldo de doscientos días de trabajo de un obrero sería suficiente para darle un poco de alimento a parte del grupo que se encontraba presente. Los seres humanos no sabemos qué hacer ante problemas como estos porque nuestra fe es limitada y generalmente dependemos de lo que tenemos a la mano.  Jesús sabía muy bien lo que se tenía que hacer en momentos como este, pero dejó que el discípulo viera su incapacidad para  que pudiera comprender la grandeza de un milagro que sería operado para la gloria de Dios.

Andrés otro de los discípulos que estaban con Jesús al escuchar la conversación con Felipe le informó al Maestro  que entre la multitud había un muchacho que tenía unos pocos panes y algunos peces, pero inmediatamente añadió: ¿qué es esto para  tantos? (Versículo 8) Por la forma de contestar de Andrés podemos imaginarnos que él mismo sabía que con cinco panes y tres pececillos, ¡jamás se puede alimentar a más de 5,000 personas! ¿Se han preguntado ustedes cómo Andrés se enteró de que entre todas esas personas había un chico con comida? Los que han escrito comentarios sobre el tema dicen que Andrés vivía en esa región donde se encontraban y posiblemente conocía el muchacho y por la confianza que le tenía se atrevió a sugerir que usaran  esa comida.

II. Lo poco se convierte en mucho:

Creo que el chico de nuestra historia cuando salió de su casa temprano en la mañana para escuchar a Jesús nunca se imaginó que él se convertiría en un personaje famoso que se recordaría por siempre como el muchacho que compartió su merienda con Jesús. Tal vez movido por la curiosidad de las muchas cosas que se decían de Jesús fue que como muchacho al fin decidió llegarse hasta el lugar donde estaban reunidos llevando consigo la provisión de alimento que su madre le había dado. Vale la pena que tomemos unos minutos para describir el tipo de comida que el muchacho tenía. A penas cinco panes y dos peces. La cebada  era considerada  un alimento de inferior calidad que solamente era buena para darla a los animales. Quizá era  uno de los productos más baratos que se conseguían en los mercados de ese tiempo. Algunos comentadores bíblicos dicen que “las lentejas eran para la gente y la cebada para los animales”. De esto podemos deducir que el chico tal vez pertenecía a una familia pobre o de escasos recursos que apenas tenía para panes de cebada. Los escasos  pececillos también eran considerados como un bocado que se comía con el pan apenas para darle algo de sabor. No es de extrañar entonces que a Andrés le pareciera imposible con tan poco alimento que se le pudiera dar de comer a tantos.

Siendo que la historia nos relata que ya faltaba poco tiempo para anochecer es curioso que este niño no hubiera sentido hambre en todo el día. Me imagino que cuando el discípulo vino hacia él para pedirle su comida tal vez sintió lo mismo que el muchacho de nuestra historia, sin embargo no se dice que él no quiso compartir. Sabemos que dio todo lo que tenía porque esa comida tan sencilla y escasa fue llevada  hasta Jesús quien la utilizó para lo que era conveniente. ¡Qué privilegio tuvo ese muchacho! Compartir con Jesús lo poco que tenía fue una experiencia que no sería fácil de olvidar. Seguramente cuando el muchacho vio que el Maestro tomó su comida, alzó los ojos al cielo y la bendijo para luego entregarla a los discípulos y éstos al ir repartiendo el milagro de la multiplicación se fue operando, era algo que parecía increíble a los ojos de este niño. –

¿Cómo lo hizo el Señor? Estoy seguro que en mi bolsa solamente habían cinco panes y dos pececillos, ¿cómo es posible que todos estamos comiendo? Esas pudieron ser algunas de las muchas preguntas que llegaron a la mente del muchacho mientras observaba lo que estaba sucediendo con su comida. Tal vez cuando uno de los discípulos se acercó a él para darle de comer, quizá el chico miró dentro de la cesta para asegurarse de que efectivamente de allí estaban saliendo panes y peces para él y para toda esa multitud. Y eso no era solamente de esa canasta, ¡sino de todas las que los discípulos tenían en sus manos! Ese día el chico aprendió que lo poco que tenemos cuando lo colocamos en las manos del Señor se convierte en mucho. No importa el valor, o lo que tengamos para dar, cuando lo hacemos con amor y confiados en el Señor, Él lo bendice y lo usa adecuadamente. Con este milagro la fe del discípulo y la del niño fueron probadas y seguramente la historia quedó registrada para que nosotros también creamos en lo que el Señor puede hacer con lo que generosa y confiadamente le entregamos con amor.

Algunos piensan como el discípulo que es poco lo que tienen. Notemos que el Maestro no pidió en su oración que Dios multiplicara el pan y los peces; El dio gracias a su Padre por la provisión de alimento. Podríamos deducir que la  gratitud fue al Padre Celestial porque hubo alguien que estuvo dispuesto a compartir lo que tenía. Todos sabemos que Jesús no tenía necesidad de esos panes y peces para operar el milagro. Él podía haber realizado un milagro de la nada sin embargo, no lo hizo porque quizá las personas hubieran mal interpretado su intención y su poder. Permitió que una persona, en este caso un niño, colaborara con la parte humana que hacía falta y El añadió su bendición para hacerlo rendir.

III. Todos podemos dar para Jesús:

De este incidente podemos aprender que nuestro Salvador se agrada en usarnos para que podamos impartir a las almas que están necesitadas aquello que pueda suplir su hambre física y espiritual. En el mismo capítulo 6 del evangelio de Juan, él nos presenta a Jesús como el Pan de Vida. Lo encontramos en los versículos 34 al 40. Les invito a que leamos juntos el versículo 35. “Jesús le dijo Yo soy el pan de vida; el que a mi viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás”. La más grande necesidad que los seres humanos tenemos no es la de alimento, ropa o bienes materiales. Nuestra grande necesidad es la de conocer y aceptar a JESUS. Cuando lleguemos a comprender que en El tenemos todo lo que un ser humano puede necesitar nuestra vida tendrá un sentido diferente. Entonces podremos alcanzar la satisfacción plena y nuestra existencia tomará un rumbo diferente. Dejaremos de preocuparnos por la escases, por los problemas, por lo que quisiéramos tener y no podemos. Dejaremos a un lado todo lo que impide que lleguemos a Jesús con los pocos panecillos y peces que hay en la cesta de nuestra vida y le pediremos que los tome y obre el milagro hasta que se multipliquen en obras abundantes para Su gloria. Cuando aceptamos a Jesús quien es el verdadero Pan de Vida nuestra hambre espiritual queda saciada. Ya no tenemos que ir de un lado a otro buscando lo que nos faltaba pues El es la plenitud.

[box type=”info”] Mensaje para ser predicado por un niño o adulto[/box]